El que un perro se sienta seguro en el entorno próximo a dónde reside es algo básico para el bienestar del animal, tanto por lo que representa en sí, como por lo que tendremos que hacer para conseguirlo (ser un buen referente de confianza y seguridad, el uso de un material amable, un manejo adecuado, empatía para comprender cómo se siente y cómo podemos ayudarlo, respetar sus tiempos y sus distancias, dejarle tiempo para pensar y probar cosas, ser sinceros tanto con él como con nosotros mismos para saber cuáles son los límites que podemos alcanzar según las circunstancias…). Debemos tener siempre en cuenta que, aunque el perro no haga las cosas de la forma que pensamos que es correcta, él hace lo mejor que sabe o puede en ese momento. ¡Seamos pacientes!
Resolveríamos una gran cantidad de problemas si solventamos estas cuestiones y, ¡ojo!, no digo que sea la solución total, pero si podremos ir viendo avances significativos en perros que tienen problemas a la hora de quedarse solos, perros que no quieren salir de casa o que van del punto A al B como una moto, perros incapaces de hacer sus necesidades en la calle, perros que «se quieren comer» a todo lo que se menea cerca de ellos… Incluso en perros «que no hacen nada», y no me refiero a aquel con mucha capacidad de gestionar situaciones y no necesita reaccionar, sino el que pasea pegado a la pierna de su propietario con una mirada vacía y unos ojos muertos, en total indefensión.
Se me ocurre poner un par de ejemplos de los muchos que se me vienen a la mente. Un galgo rescatado escapista y reactivo de un galguero y un perro jubilado de seguridad de un aeropuerto al que «le dan miedo las personas».
Empecemos por el galgo escapista. Tenemos a un animal cedido por un galguero, por lo que podemos presuponer que el animal no ha tenido una vida demasiado acomodada. Habrá estado en un cubículo con más perros hacinados, la comida igual escasa y de baja calidad, con un escaso contacto humano… pero hay algo que a mí particularmente me llama mucho la atención y es cómo ese galgo, usado para cazar durante años, que ha sido soltado libremente por un coto de caza gigantesco, ha perseguido liebres y … ¿nunca se ha escapado? Ahí hay mucho que pensar. Desde qué necesidades tenía entonces cubiertas y por qué ahora tiene esa necesidad de «escapar» de un hogar donde lo “quieren”.
Centrándome exclusivamente en el entorno vamos a hacer algunas comparaciones. El animal ha estado, por lo general, acompañado con otros miembros de su especie, en lugares bastante reducidos, seguramente en un entorno rural con pocos estímulos “urbanos” como el tráfico, ruidos y olores propios de la ciudad… Ahora, de repente, cojo a ese animal y lo meto en una casa. ¡Una casa!. Ya eso para él es una gran novedad, un sitio nuevo, amplio, con cosas extrañas que se mueven y que hacen ruido, y humanos que están allí constantemente y a los que aún no conoce. Todo ello es algo que al perro le va a costar gestionar, aunque sea un cambio para mejor. No contentos con eso, además le pongo un material «para que no se escape» (collar antiescape) que consiste en algo que cada vez que el perro intenta huir lo ahoga (o lo «semiahoga», si os queréis sentir mejor). También lo llevo con una correa corta. Lo meto en mitad de una ciudad, con calles estrechas, gente que viene de frente, otros perros, tráfico, ruidos, olores rarísimos y lo someto a esta «película de horror» durante una hora varias veces al día. Imaginaos que saco a un indígena de una tribu perdida del Amazonas y lo meto a la fuerza en el centro de Madrid a hora punta ¿Cómo pensáis que se sentirá?, ¿creéis que puede ponerse a gritar, a intentar salir huyendo o incluso a pegarle un empujón a alguien que se le acerque de forma rápida y directa? ¿os recuerda esto a cómo podría comportarse este perro en esa situación?
Para más inri, el perro va con una persona que, aparte de que no conoce, para rematar la faena se comporta de manera bipolar. En esa casa que aún no le ha dado ni tiempo a explorar se muestra cariñosa, pero en la calle se convierte en Mr. Hyde y lo ahorca, le tira, lo «corrige», le grita…
Una puntualización relativa al material de paseo: es tan “puteante” para el perro sentir que se le ahorca en estas situaciones como sentir que le aprietan el estómago, como hacen determinados modelos de arneses de tres puntos, en los cuales la tercera tira está muy atrás. En cualquier material que uséis, comprobad por favor siempre que no presione órganos vitales.
El segundo ejemplo, un perro que lleva 10 años viendo pasar a miles de personas todos los días por un aeropuerto y «de repente», cuando va a una familia, resulta que le tiene miedo a las personas. ¿Cuál es la explicación? Es un perro que su vida la ha pasado del aeropuerto a una jaula y de una jaula al aeropuerto. Seguramente, un aeropuerto no es el entorno más idílico, pero era lo que él conocía y donde se sentía seguro. Ahora de repente le pasa lo mismo que al galgo, lo saco de lo conocido y lo meto en la jungla. Además, para terminar de arreglar las cosas, el lumbreras de turno aconseja collar de pinchos y, por último, como iba a peor (¿por qué será?), también bozal. Te saco a la guerra, ¡tres horas ni más ni menos!, ¡tres horas de tortura pensando que el enemigo te puede atacar en cualquier momento, que tu vida está en peligro y tú en alerta constante!, con una persona que no te deja alejarte ni pedir a gritos que el otro se aleje, sino que te hace daño cuando intentas alejarte o ladrar, y, además, te elimino la única herramienta que tienes para poder defenderte, que es la boca. Imagínate que te tiro a un río lleno de cocodrilos con las manos y los pies atados. No creo que difiera mucho esa sensación de impotencia.
Espero que estas situaciones os hayan ayudado a poneros en el lugar del perro. Lo primero que tenemos que hacer es que se sientan cómodos y seguros en casa y con nosotros, generar confianza. Dejar que nos observen, interactuar pero cuando el perro lo necesite. En resumen, dejarlo en paz. No se trata de sobreproteger ni de andar compadeciéndose del «pobre animal». Si algo bueno tienen los perros es que siempre quieren seguir adelante y «pasar página» cuando les das oportunidad y herramientas para ello.
Cuando empiecen a salir a la calle, lo tenemos que hacer de forma muy progresiva, con tiempos breves, en entornos muy, muy cercanos, para que tenga siempre la posibilidad de volver a su zona segura, con un material que no les haga daño aunque sea antiescape, con un buen manejo de correa, con una persona que lo acompañe, que le vaya dejando probar cosas, que lo ayude si lo necesita y que le comprenda. Tened en cuenta que no es lo mismo que me asuste una vez, compruebe que no pasa nada y pueda volver a casa a descansar y aprender de esa experiencia, a ir cruzándome con un «monstruo» detrás de otro y volver con el corazón en un puño. Empezar a salir a horas donde esté todo tranquilo, para que el animal sea capaz de relajarse y explorar dónde está. Si conozco donde estoy y me encuentro algo raro, seguramente lo gestione mejor que si desconozco donde estoy. Eso hay que hacerlo de forma progresiva, aumentando la distancia según el perro se vaya sintiendo cómodo, y, a su vez, trabajando la confianza mutua. ¿Dónde vas a sentirte más seguro que conmigo? Y nosotros también tendremos que aprender a observar e ir confiando en el animal. Pero todo esto requiere de su tiempo. Sentemos una buena base y tendremos un perro con capacidades para lidiar con los problemas del día a día.