Miedo con miedo no cura
Por Mary Sánchez – Pasión4Dogs
Hoy os voy a contar la historia de un gran amigo mío. Resulta que a este chico le daban pánico los perros. Daba igual raza, tamaño,…, etc, desde un gran danés a un minipincher, sólo verlos ya entraba en pánico. Su corazón empezaba a latir rápido, se le dilataban las pupilas.., primero se paralizaba de miedo y, si el perro continuaba acercándose, se ponía a gritar como un poseso para que no se le acercara más. Algunos perros también se asustaban, sobre todo si la persona que guiaba al perro no lo dejaba alejarse, obligándole a caminar hacia él, y claro, el perro empezaba a ladrarle a él, con lo cual el miedo de mi amigo se convertía en auténtico pánico, en supervivencia pura en su cabeza. ¡Dios mío, viene a comerme!
Mi amigo es bastante grande y musculoso, joven y fuerte, y la gente no comprendía que pudiese tener esa fobia hasta a un perrete que no levantara un palmo del suelo. La familia no sabía qué pasaba con él, estaban muy preocupados y buscaron ayuda.
A través de redes sociales y consejos de otras personas que habían tenido algún problema con sus hijos, contactaron con un «especialista» en la materia, que le prometió a esta familia una cura total y absoluta para el chico en tiempo récord.
Lo primero que hizo fue cargarlo de aparatos que funcionaban haciendo daño, no dejándole respirar y pinchándole. Lo obligó a sentarse, y una vez sentado, empezó a acercarle a otros perros que iban directos hacia él. Si gritaba o intentaba moverse, con estos aparatos le hacía daño para que se quedase quieto. Incluso usó con él electroshock. Como el pánico que sentía por los perros cada vez era mayor, hasta lo tiraron al suelo y lo inmovilizaron golpeándole. Mi amigo estaba destrozado, cada vez tenía más miedo a los perros, porque ya no sólo era el miedo que sentía antes, sino que sabía que cada vez que aparecía un perro en escena, a él lo iban a torturar de una manera u otra.
Llegó un momento en el cual dejó de defenderse. Tenía tanto miedo de lo que le iba a hacer la persona que lo «ayudaba» si expresaba el miedo que sentía, que dejó de mostrar nada. Total, lo peor que le podía pasar era morirse, y en esas circunstancias incluso a veces llegó a pasar por su cabeza que era lo mejor.
A su familia también le dijeron que, para ayudarlo, tenían que hacerle el mismo daño, porque si no se lo hacían, el tratamiento no les iba a funcionar. Ya no tenía en quién confiar, salir a la calle era traumático, y convivir en una casa con gente que no te entiende, estresante.
Para terminar de «curarlo», literalmente, el «especialista» le lanzó encima a un perro pequeño. Esto para mi amigo fue demasiado. Tenía tanto miedo y tanta represión acumulada que cogió al perro, lo apretó y lo lanzó, con tan mala suerte que a este perro pequeño le hizo muchísimo daño, y, finalmente, falleció.
Entonces, el «especialista» le dijo a la familia que su hijo era muy peligroso, que se lo quitasen de en medio, que lo sacrificasen o que buscasen donde dejarlo.
Como ya habréis sospechado más de uno/a, mi amigo tiene 4 patas, se llama Odín, y pertenece a una de las razas mal catalogadas como PPP. Si os parecía ilógico que se tratase así a una persona, ¿por qué seguimos normalizando que se usen estos métodos con un perro? No tiene ningún sentido. Una persona que de verdad se ha formado y reciclado en estudios referentes al comportamiento, no tiene ninguna necesidad de emplear esas técnicas tan poco respetuosas, dolorosas e invasivas.
Y aquí es donde lo conocí. Afortunadamente, la familia quería a Odín demasiado y estaban dispuestos a luchar por él. Se sentían muy responsables de todo por lo que Odín había pasado y pusieron todo su empeño para desandar todo este camino.
Tiempo, paciencia, comunicación, comprensión y muchísimo respeto. Hacer comprender a la familia lo que es el miedo y cómo funciona, no forzar nada, generar la seguridad que Odín necesitaba, tanto en sí mismo como en su familia, dar opciones, no exigencias…
A día de hoy, Odín es un tío estupendo. Tiene una hermanita peluda que se parece mucho a aquel perrete al que sin tener mucha opción acabó matando, y tiene una sobrinita humana a la que adora. Su familia es perfectamente consciente de hasta dónde pueden llegar, para que no tenga nunca la necesidad de «defenderse».
Un perro con una conducta agresiva no se «rehabilita». El cerebro y el cuerpo actúan de forma que ante una situación que consideran peligrosa, el animal va a recurrir a defenderse si eso antes le ha funcionado, no piensa, actúa, tan inmediatamente como si pulsas una tecla. Es instinto de supervivencia puro y duro.
Yo, particularmente, a los que se venden como rehabilitadores de conductas agresivas los llamo vendedores de humo. Siempre hay que tener en cuenta los límites del perro, aunque cada vez le vayamos ampliando horizontes, pero no colocarlo en situaciones que sean ingestionables para él. Y, si encima, usamos técnicas punitivas que reprimen al perro, si lo ponemos en una situación extrema y éste salta, su reacción va a ser explosiva, no va a dar «un bocadito» y se acabó.
Mi consejo: si buscáis a un especialista para trabajar como vuestro perro, pedid formación y, sobre todo, que os explique qué metodología va a usar. No permitáis que nadie maltrate a un miembro de vuestra familia.